Comercios Añejos

sábado

(Publicidad de Almacenes del Duque)
Durante la primera mitad del siglo pasado entraron en pleno auge las tiendas de coloniales nacidas durante los primeros años de la centuria trabajadas de sol a sol por montañeses, sorianos y asturianos que lograron así cierta riqueza, de las que ya se ha hablado en Comestibles Y Ultramarinos.

Tiendas como Las Canarias, El Grano de Anís, La Nueva Paz, La Flor de la Sierra, Casa Bautista, La Colonial, Casa Marciano, El Reloj, Casa Abascal, Casa Sosa, El Espejo, Casa Hortal, El Istmo, El Bacalao, entre otras, fueron emblemáticas durante los que en el futuro serían “los años del hambre”, a cuyas puertas se instalaban los ciudadanos con sus canastos y las requeridas cartillas de racionamiento.
 (El Bacalao en la calle Argote de Molina.)
Otros establecimientos de bebidas reconocidos como emblemáticos se repartían por los barrios históricos, como las tabernas del Sótano, Casa Castizo, Casa Alejandro, La Aduana, Casa Caliche, entre otros. Algunos de estas tabernas o restaurantes venían heredados de los años treinta, llegando a existir casi hasta mitad del siglo.
También había restaurantes igualmente heredados de los primeros años de la centuria que lograron sobrevivir. Otros no tuvieron otro remedio que cerrar sus puertas durante la década del hambre, dejando marcados sus nombres en la ciudad: Los Tres Reyes, El Barril, Pasaje del Duque, Pasaje Andaluz, Pasaje de las Esquinas de San José, La Mairena, Málaga, El Colmao, Los Gallegos, Las Flores, Málaga, Los Gabrieles, Casa de la Viuda, La Española, Pasaje de las Delicias, La Marina…
La importadora
(Publicidad de Almacenes Pedro Roldán)

Otros comercios que cobraron gran importancia en la ciudad de Sevilla fueron los textiles y de confección, donde se podía comprar lo mismo piezas o metros de tela, que prendas ya confeccionadas, ya fuera ropa para el hogar o para uso personal.
Por regla general en la mayoría de estas tiendas (lo mismo que en la de comestibles), se compraba a dita, es decir, el cliente retiraba las prendas o telas que le fueran necesarias entregando a cambio una ínfima cantidad de dinero que el dependiente anotaba cuidadosamente en una libreta usando el lápiz que habitualmente llevaba prendido sobre la oreja. Posteriormente, una vez a la semana, o cada dos semanas, o cada mes, el cliente iba a entregar un dinero establecido a cuenta de lo que se había llevado, que nuevamente era anotado en la libreta.
Cada vez que se entregaba dinero a cuenta no faltaba la pregunta obligada: “Fulanito ¿Cuánto me queda?”.
Y así hasta que la cuenta quedaba saldada y se comenzaba de nuevo con otra remesa.
Pocos eran los afortunados que se podían permitir pagar al contado
Estas tiendas estaban repartidas por toda la ciudad.

En los locales anteriormente ocupados por los cafés París y Roma, en la Campana, se instaló en 1941 el bazar “La Importadora”, siendo célebres sus “ventas del duro”.
 (Dos imágenes de Bazar la Importadora)

En el "Bazar la Importadora" las ventas se realizaban por duros, un duro, dos duros, tres dcuros, seis duros...
(Folleto publicitario de 1947 del "Bazar La importadora", con sus ofertas "del duro")

Igualmente sobresalían:

(“Almacenes Fermín Alfaro” en la puerta de la Carne.)
 (“Ciudad de Sevilla”, en las calles Franco y Blanca de los Ríos.)


(“Almacenes El Aguila”, en Sierpes y Jovellanos.)

(“Bazar La Estrella Roja", en la calle Cerrajería.)
En la plaza de Jesús de la Pasión, conocida como la Plaza del Pan, los Almacenes “Pedro Roldan” se dedicaban a la ropa confeccionada.
(Almacenes Pedro Roldán)
 (Papel publicitario de envlver de Almacenes Pedro Roldán)

“Los Caminos”, en la calle Francos fue un gran almacén emblemático en Sevilla desde principios del siglo XIX. Tienda preferida por la alta burguesía y aristocracia. 
 
La gran de las tiendas de textil que había en Sevilla, fueron desapareciendo con la llegada de los grandes establecimientos. Hoy día se pueden contar con los dedos de la mano las que quedan de ellas.

Fuente de Datos: 
*Hemeroteca ABC
Imágenes:
*Hemeroteca ABC
*Todocolección.net


Las Riadas De Sevilla

miércoles

 
Puerta de Jerez

Durante centurias, los sevillanos estaban acostumbrados a que todos los inviernos hubiera riadas más o menos importante. No era nada del otro mundo para ellos ver las barcas repletas de familias cruzando el improvisado mar de la Alemeda; los carros y carrillos de manos convertidos en transportes anfibios como único medio de transporte de emergencia.
 El Cura de San Julián Santos Arana acude a la iglesia acompañado de Francisco Camero

Los vecinos de las plantas altas de los corrales y casas de pisos, adosaban a los balcones una escalera de mano para mantener el contacto con el exterior.
Los afectados de las plantas bajas se cobijaban en los pisos altos, o se trasladaban a las viviendas de algunos familiares en zonas a las que no había llegado la riada, hasta que bajaran las aguas, e incluso alguna que otra vez las autoridades adecuaban refugios para ello cuando era necesario.

Vecinos trasladándose en carros de manos 
 
Sevilla siempre se volcó con los damnificados.
Cuando las aguas bajaban, dejaban tras de sí una serie de situaciones a las que también los sevillanos estaban acostumbrados a fuerza de haberlas vivido una y otra vez, y que no por ello dejaban de ser calamidades.

Una vez que las aguas se habían retirado, las casas quedaban presas de una humedad invisible en los corrales y vecindades antiguas en las que mayoritariamente la planta baja estaba formada por habitáculos sin apenas ventanas, y en donde vivían (o malvivían), familias enteras con un gran número de hijos con escasos medios, tanto económicos como higiénicos.
Las paredes indicaban durante meses la altura que habían alcanzado las sucias aguas del río, y que habían destruido los enseres y ajuares de sus propietarios, ya de por sí escasos y pobres.
 Riada de la calle Betis

Los corrales de vecinos de la Alameda de Hércules, y los de algunas zonas del barrio de La Macarena y de Triana, eran mayoritariamente presas impotentes del azote del Guadalquivir, y en donde el drama alcanzaba mayor magnitud.
 Calle Castilla - Tranvía Pañoñleta-Camas

 La Alameda de Hércules nunca se escapó del azote de las aguas

Durante la primera mitad de la década de los años 40 del pasado siglo, Sevilla sufrió una pertinaz sequía que fue causa de oraciones y rogativas por parte de los sevillanos, a fin de que llegaran las lluvias. Y las rogativas fueron escuchadas, aunque tal vez en mayor cuantía de lo que debieran.
La noche del domingo 23 de febrero de 1947 a causa de las intensas lluvias, se desbordaron las aguas del Guadalquivir, anegando los muelles del antiguo puerto, aunque afortunadamente, las mercancías depositadas en la zona portuaria, lograron ser retiradas a tiempo.
 El muelle inundado

Esa misma noche, los bomberos se vieron en la necesidad de evacuar a las familias residentes en los suburbios de la Vega de Triana, ya parcialmente inundada. Los vecinos que primero se instalaron en los refugios de emergencia en los bajos de la placita de toros de La Pañoleta, en el mercado de abastos de Camas y en los almacenes municipales de Triana, fueron los de La Pañoleta, así como los de Las Herillas y el Haza del Huesero, donde eran atendidos y ayudados por voluntarios, en las tareas de alojamiento y atenciones humanitarias.
Los vecinos del corral de la Calle Pacheco fueron testigos impotentes de cómo el agua entraba rápidamente por los husillos del patio y de la calle, y por el retrete de la planta baja. En poco tiempo el agua sucia y embarrada cubrió todos los enseres de la planta baja, alcanzando una altura de más de un metro y que arrastraban y enfangaban cómodas, mesas, sillas y enseres.

 Panadero en la Plaza de Europa

Una semana después del desbordamiento del Guadalquivir, Sevilla sufría una de las más grandes riadas de su historia, declarándose el estado de máxima emergencia, pero era prácticamente imposible atender a las más de diez mil personas afectada.

Las noticias no eran nada alentadoras. Las ondas transmitían que las aguas del Guadalquivir seguían creciendo, sobrepasando los murallones de defensa del puerto. Numerosas zonas de la ciudad estaban inundadas, y varias de líneas de tranvías fueron suspendidas. Los periódicos anunciaban que el temporal continuaría, como así ocurrió, pues el día 5 marzo seguía arreciando y las aguas del Guadalquivir alcazaba cada vez a más zonas de la ciudad, cubriendo ya Conde de Barajas, Jesús del Gran Poder y la plaza de San Lorenzo.

En Triana se cebaba con las calles Castilla, Constanza, Prosperidad, Virtud y zonas próximas. Por el barrio de León navegaban las barcas de salvamento.
El río rugía a su paso por los puentes de Alfonso XII. San Telmo, Triana y la pasarela de Chapina, asustándolos con sus aguas turbulentas y enfangadas, que llegaban a pasar casi rozando sus barandas, arrastrando consigo chozas, árboles y un elevado número de animales ahogados.
 Jugando en la calle Jesús del Gran Poder

Cuando el cielo se dignaba hacer un claro separando las nubes, las avionetas de Tablada salían en descubiertas informativas para dar unos partes que dejaban por el suelo la moral de los oyentes:
“ Han sido evacuados los vecinos de la Vega de Triana y los de las barriadas anexas a Los Remedios, Los de Las Lomas, Las Herillas, San Jerónimo, Vázquez Armero, Lafitte, Villa Ranas, Haza del Huesero, el camino viejo de Tomares. Se encontraban cubiertas de agua las calle Betis, Castilla y parte de San Jacinto. Los barcos pesqueros con las amarras rotas por la fuerza del torrente iban río abajo. Más de cinco mil personas han tenido que abandonar sus hogares…”

El día 6 de Marzo camiones cargados de damnificados cruzaban la ciudad. Los tranvías no funcionaban, ni tampoco los trenes.
En varias zonas periféricas, algunas familias quedaron aisladas, permaneciendo varios días y noches subidas a los tejados bajo la lluvia y el frío, hasta que pudieron ser rescatadas por las avionetas de Tablada.

Los funcionarios de la estación de Filtraje, en la vega trianera, estuvieron varios días incomunicados sin poder moverse de su trabajo, y frente a San Juan de Aznalfarache se descubrieron tres cadáveres flotando sobre las embravecidas aguas.

Los sevillanos echaron mano a una antigua tradición a petición del cura ecónomo de la parroquia de Triana, José María González Ruiz, convocando a la feligresía a oír misa en la puerta del templo, en un altar portátil sobre las desbordadas aguas.
 Sufragio en la puerta del templo de la Hermandad de la O

Entre el siete y el ocho de Marzo, las aguas comenzaron a descender lentamente y las lluvias amainaron.
También como consecuencia de la permanencia de las aguas en el interior de las viviendas, muchos edificios comenzaron a derrumbarse, creando así otro punto de peligro.
El domingo 9 de Marzo el tiempo comenzó a mejorar y las aguas a descender, comenzando a desaparecer dos días después de algunas zonas de la ciudad, retirándose completamente el día 12.
Con su retirada quedaron varados sobre el muelle varios barcos pesqueros, y metros de barro.
 Pesqueros Varados en el muelle

La riada de 1947 fue no solamente la más trascendente del año, sino también la más grande del siglo XX, provocando una enorme catástrofe. Las aguas alcanzaron un nivel de 7,20 metros, acercándose al insuperable 7,95 de 1912 y 1926.

Dejó tras de sí a más de siete mil quinientos damnificados, miles de personas que lo habían perdido todo, un gran número de campesinos en ruinas, decenas de familias sin casas, y un elevado número de ellas propensos a contraer graves enfermedades al regresar a sus hogares, pues en las habitaciones que habían sido inundadas por el agua, la mayoría de ellas sin ventanas, la humedad se concentraba alcanzado unos límites altísimos, trayendo como consecuencia unas condiciones pésimas de salubridad que degeneraban en miserias y enfermedades, sobre todo al llegar el calor, que descompone el ambiente creando focos enfermizos, anidando en ellas a causa de la insalubridad, focos infecciosos, el más temido, la tuberculosis, que encontraba en los vecinos de los corrales, presos del racionamiento y por tanto de una deficiente alimentación, una presa fácil en la que instalarse.
 Calle San Lorenzo y conde de Barajas

Otra riada considerada catastrófica y que haría historia sería la del año siguiente, 1948, aunque esta vez se produjo de una forma insólita: por el este de la ciudad provocada por la doble rotura de los muros de defensa del afluente Guadaira, en la cercanía de los arroyos Tamarguillo, Ranilla y Miraflores, cuyos cauces eran incapaces de contener la avalancha de agua recibida.

Esta riada de 1948 fue la que anegó una mayor extensión de la ciudad, afectando a los barrios de la Trinidad, San Julián, Ronda de Capuchinos, el Fontanal, la Corza, la Calzada, el Campo de los Mártires, Santa Justa, la calle Luis Montoto, San Benito, Puertas de Osario y Carmona, Cerro del Aguila, Tiro de Linea, Puerta Real y de Jerez, Enramadilla, Cruz del Campo, El Porvenir, Ciudad Jardín, Heliópolis, Prado de San Sebastián, avenida de la Borbolla, incluso el Parque de Maria Luisa y las plazas de España y América.

Las aguas llegaron a cubrir las tres cuartas partes de la ciudad, convirtiéndola en un inmenso lago que se perdía en el horizonte. Cuando se retiraron habían dejado tras de sí familias enteras inmersas en la miseria, y con ello se hizo patente la hambruna (más aún de la que ya había), y las necesidades, a las que las fuerzas de orden y voluntariado no daban abasto de solventar.

Fuente de Datos: 
*Sevilla en tiempos de María Trifulca - Nicolas Salas.